Estados Unidos frente a Venezuela: ¿vigilancia antidroga o presión geopolítica?

El despliegue naval más grande en el Caribe desde 1989 desata tensiones, temores y preguntas sobre los verdaderos intereses de Washington
Por Alan Vargas, Santo Domingo, R.D.
Desde mediados de agosto de 2025, Estados Unidos ha desplegado una poderosa flota militar en aguas internacionales del Caribe, justo frente a las costas venezolanas. El operativo incluye destructores con misiles guiados, submarinos nucleares, aviones de reconocimiento y más de 4.000 marines. Oficialmente, la Casa Blanca afirma que se trata de una operación contra el narcotráfico. Pero detrás de esa narrativa, se esconde una compleja trama de intereses políticos, energéticos y estratégicos.
El presidente Donald Trump autorizó el despliegue el 14 de agosto, alegando que Venezuela se ha convertido en un “Estado narcoterrorista” vinculado a carteles latinoamericanos. La DEA sostiene que ha incautado más de 30 toneladas de cocaína relacionadas con el régimen de Nicolás Maduro. Washington incluso duplicó la recompensa por información que conduzca a su captura: 50 millones de dólares.
Sin embargo, analistas internacionales advierten que el despliegue tiene implicaciones mucho más profundas. Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, y su alianza con Rusia, Irán y China ha incomodado a Washington durante años. La presencia militar estadounidense podría ser una forma de presión para desestabilizar al gobierno chavista y reposicionar la influencia norteamericana en la región.
La flota incluye tres destructores clase Arleigh Burke —USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson— equipados con el sistema Aegis, capaz de interceptar misiles y rastrear múltiples objetivos simultáneamente. También se han desplegado buques anfibios como el USS Iwo Jima y el USS Fort Lauderdale, especializados en desembarcos y operaciones especiales.
Desde Caracas, la respuesta ha sido contundente. Nicolás Maduro activó un “Plan Nacional de Soberanía y Paz”, movilizando 4.5 millones de milicianos y reforzando la presencia naval venezolana. El gobierno bolivariano acusa a EE.UU. de intentar una invasión encubierta para apropiarse de sus recursos energéticos.
La vicepresidenta Delcy Rodríguez calificó la operación como una “acción hostil imperialista” y advirtió que Venezuela será “la peor pesadilla” de EE.UU. si se atreve a agredir su territorio. También pidió al secretario general de la ONU, António Guterres, que interceda para frenar lo que considera una amenaza directa a la soberanía nacional.
Mientras tanto, países vecinos como Brasil, Colombia y Ecuador han optado por la neutralidad, aunque expresan preocupación por una posible escalada militar. Organizaciones regionales como CELAC y UNASUR han llamado al diálogo, pero sin resultados concretos hasta ahora.
La tensión ha generado incertidumbre en los mercados energéticos. El precio del petróleo ha mostrado volatilidad ante el riesgo de conflicto en una zona clave para el suministro global. También se teme por el impacto en rutas comerciales y la seguridad marítima del Caribe.
En el plano interno, el gobierno venezolano ha endurecido sus controles: prohibición de drones, vigilancia sobre ciudadanos extranjeros y patrullajes intensivos en zonas fronterizas. La narrativa oficial insiste en que el país está bajo amenaza y que el pueblo debe estar “activado y armado”.
Por su parte, Washington insiste en que no busca invadir Venezuela, sino desmantelar redes de narcotráfico que —según sus informes— operan con protección estatal. Pero el lenguaje beligerante y el tamaño del despliegue contradicen esa versión, alimentando sospechas sobre una agenda oculta.
La historia reciente también pesa. En 1989, EE.UU. invadió Panamá bajo el pretexto de capturar al general Noriega. Hoy, muchos temen que Venezuela pueda ser el próximo escenario de una intervención similar, disfrazada de operación antidroga.
En las calles de Caracas, el temor convive con el patriotismo. Mientras algunos ciudadanos se alistan en la milicia, otros cuestionan la narrativa oficial y temen que el país se convierta en un peón en el tablero geopolítico global. La oposición, por su parte, ve en el despliegue una señal de que el fin del chavismo podría estar cerca.
Lo cierto es que el Caribe está militarizado como nunca antes. Y aunque no hay señales de una incursión terrestre, el riesgo de un incidente naval o aéreo que desate un conflicto mayor es real. La diplomacia parece ausente, y el reloj corre.
Este despliegue no es solo una cuestión de seguridad. Es una batalla por narrativas, recursos y poder. Y en ese juego, la verdad suele ser la primera víctima. ¿Antidroga o geopolítica? Tal vez ambas. Pero lo que está claro es que el mundo observa, y Venezuela resiste.