Si se vira la torta

Tiene 34 años. A los 13 comenzó a trabajar para ayudar a su familia.

Marta Quéliz, Santo Domingo, RD
Dicen que en los salones de belleza se conversa sobre muchos temas. Eso es cierto. Debajo de cada secador de pelo, por ejemplo, hay una persona que tiene mucho qué contar. Esto se pudo comprobar cuando una mujer vestida con un vestido azul, largo, fresco y casual se quejaba de que ya no aguantaba más el caliente “y, además, me tengo que ir, me están esperando en la tienda”. Cualquier persona puede decir eso. ¿Cierto?
Resulta que, cuando ella, al fin, logra salir del “candelero” y le arreglan su cabello, se marcha rápido, pero dejando en la chica que le pasó el ‘blower’ el deseo de contar: “Ella siempre anda ‘juyendo’. Por eso es que ha llegado hasta donde está, porque no se descuida de su negocio”.
La curiosidad periodística a veces no se detiene. “¿Y adónde ha llegado ella?”. No tardó en resumir lo logrado por la mujer que se despidió de todas tirando besos.
“Esa mujer ha pasado muchísimo trabajo en la vida. Y para no cansarte el cuento, ella trabajaba en una boutique que hasta mal la trataban, pero se superó, y ahora mismo es ella la dueña de la tienda y la que era su dueña, es su empleada”. ¡Qué tremenda sorpresa! “Y tú tienes su contacto para ver si a ella le interesa contar su historia para LISTÍN DIARIO”. Se le preguntó a la joven que, sin dejar de hacer su trabajo, continuaba su charla.
“Vamos a llamarla ahora mismo, ella es bien chévere”. No se dijo más. Desde que terminó con la cliente que atendía, le marcó. “Hola, de nuevo. ¿Estás ocupada?”. Al parecer le dijo que sí, pero que le dijera.
“Aquí hay una persona, la señora que te pasó el cargador, y a ella le gustaría saber si tú te atreves a darle una entrevista para el periódico contando tu historia”. Escuchó atenta y luego informó sobre lo conversado. “Me dijo que le dé el contacto para que usted le explique mejor”. Lo facilitó y la respuesta es que hoy, ella es la dueña de este relato.
“Pasa por la tienda y ahí conversamos”
Así respondió la mujer a la llamada para coordinar la entrevista. “Ah, no vengas con fotógrafo, pues eso no me gusta y, además, no quiero dejar en evidencia a la persona que un día me dio trabajo aquí”. Con todo y que no fue tan bien tratada cuando era empleada, es agradecida.
Llegó el día. Es una persona muy amable y se nota hasta en el trato con sus colaboradores. “Juan, haga el favor, ofrézcale algo a la periodista”. Él acató la petición y ofreció café, jugo, té… Un café fue la elección. Muy bien servido lo llevó hasta la oficina de quien hoy disfruta de las mieles del éxito. “Pues vamos a darle a esto, como dicen los tigres”. Se ríe y se dispone a contar su historia.
No esperó preguntas. “Te puedo decir que ciertamente he sido una persona muy sufrida. Vengo de una familia tan pobre que cuando llovía, preferíamos salir de la casita para que nos cayera el agua de la lluvia limpia, y no la que caía del zinc oxidado”. Recordar esto no le hizo mucha gracia y de inmediato se le salen las lágrimas.
Sus dos hermanos, (es la única hembra), y ella, estudiaban en una escuelita retirada de la casa. “Caminábamos con zapatos rotos casi dos kilómetros. Porque nosotros nacimos en Guachupita y ahí vivimos hasta que mi hermano mayor tenía 10 años y yo seis. El caso es que nos mudamos a un barrio cerca, pero seguíamos estudiando en la misma escuela”. Recuerda algunas travesuras y se sonríe.
“Yo pedía bola, pero nadie nos montaba porque quienes pasaban por ahí, por lo regular no eran del sector, en los barrios casi nadie tenía vehículos. Eso es ahora…”. En este momento sí se ríe, y al mismo tiempo se arregla los aretes dorados que combinaban con su ropa.
Una cosa si tenía segura desde niña, la protagonista de hoy. “Siempre pensé en superarme, por eso a los 13 años ya yo trabajaba. Comencé a recoger botellas y a venderlas, después ayudaba a una vecina a hacer empanadas, el caso es que siempre estaba dispuesta, tuve como siete empleos hasta que conseguí trabajo en esta boutique. Aquí pasé de todo, pero estudié, me superé, ahorré, negocié prestando dinero y Dios me ayudó a comprar la tienda cuando la dueña quebró. Hoy, ella es nuestra colaboradora, es mi mano derecha”. Lo cuenta sin hacer alarde.
“A veces nuestra historia de éxito nace con el fracaso de otro, y no debemos alegrarnos”
“Los seres humanos somos muy extraños. A veces no miramos hacia atrás para ver cómo hemos crecido y cómo nos hemos superado. Lo que hacemos es olvidar esa base, ese empuje y esas necesidades que nos motivaron a luchar para salir de la extrema pobreza”. Esta parte la cuenta y llora, no porque sea emotivo lo que dice, sino porque la conmueve pensar la cantidad de gente que debe estar pasando ahora mismo por lo que ella atravesó.
Se calma un poco y de inmediato deja al descubierto que es una llorona. “Tú sabes que cuando una persona pasa por tantos momentos amargos, se pone dura, poco sensible… En mi caso, eso fue lo único que la pobreza no me pudo quitar. A mí me gusta que me duela el dolor ajeno, el día que deje de dolerme, prefiero no estar”. Se queda mirando fijo un enorme crucifijo que tiene en su oficina.
La persona que da vida a esta historia, no es altanera, no se ha engrandecido con sus logros y, son sus empleados quienes dicen: “Esa mujer es buenísima, sin hambre. Cuando entró a trabajar aquí, ya yo estaba, y recuerdo que traía su comidita y le daba al que no tenía”. Cuando escuchó ese comentario de la señora que entró a la oficina a buscar la bandeja del café, sólo se limitó a decir: “Xioma, Xioma, no exageres”. Se rio y le dio las gracias.
Trata a todos con confianza, con cariño y con mucha delicadeza. Eso explica por qué se fue tirando besos del salón el día que salió a flote su historia. Tal vez esas cualidades, junto a su sed de echar hacia delante, han sido la razón por la que hoy, además de convertirse en dueña de la tienda, ha podido abrir dos más, con otro nombre y con mercancía más sencilla. Una de ellas está en el Cibao. En carpeta hay planes de seguir expandiéndose.
Cómo llegó a ser la dueña de la tienda
Para la protagonista de este relato, la vida es una caja de sorpresas. “Pueden ser buenas o malas según tu fe, tu compromiso con la superación y la humildad con que te manejes”. Así comienza a responder la pregunta de cómo se dio el salto de pasar de empleada a dueña, y la dueña a empleada.
«Lo primero es que nunca le deseo mal a nadie, ni a ella, que lo sabe, que me trató mal cuando entré, pero ya eso pasó. Las cosas se dieron sin proponérmelo. Fíjate, ella atravesó por un momento difícil, pero esa es su historia y no me corresponde a mí contarla. El caso es que, de tener un negocio próspero, pasó a tener pérdidas porque eran más sus egresos que sus ingresos. ¡Ojo! La tienda seguía vendiendo igual, lo que aumentó fue su gasto”. Se maneja muy bien y habla claro.

Mientras ella trabajaba se mantenía siempre estudiando. La miseria en que vivía nunca le impidió estudiar. Perdía algunos años, pero retomaba la escuela. Se hizo bachiller a los 24 años. A los 29 ya era licenciada en Administración de Empresas. Le gustan los números y los negocios. Desde que comenzó a trabajar a los 13 años, ahorraba algo, sin dejar de darle a su familia.
Guardar algo de dinero siempre le ha resultado. El caso es que, las propinas que le daban en la tienda, su doble sueldo y todo lo que podía, los prestaba para obtener ganancias. Su buen desempeño y responsabilidad la ayudaron a progresar en su trabajo. Eso significaba un mejor salario.
“A todo esto, conseguí una pareja, un buen hombre de trabajo, que también me ayudó. Tristemente, falleció en un accidente”, se le salen las lágrimas. “Teníamos una cuenta juntos y, al fallecer, me quedó el dinero a mí. Le di algo a su mamá, porque yo quise, porque firmamos un documento de que, si pasaba algo así, quien quedara era dueño de esos recursos, y ninguno de los dos teníamos hijos, así que ese dinero fue un soporte”. Aclara que hubiese preferido no tener nada y seguir con él.
Resulta que ya cuando la propietaria de la boutique no tiene escapatoria, le dice a ella que debe cerrar el negocio, que ya no tiene nada. “Yo la siento y le digo: ‘Doña, vamos a pensar en frío’. Me explicó todo. Me fui a la casa con ese tormento, y comienzo a restar y a sumar y ya tú sabes… Pasó una semana, en lo que yo averigüé todo, ya yo sabía el inventario y todo. Decidí ayudarla y darme la oportunidad de progresar. Me arriesgué. Con lo que tenía guardado, y con un préstamo que tomé, hicimos un acuerdo de pago, el cual pagué antes del tiempo estipulado, y desde entonces soy la propietaria”. Es un ejemplo de superación y trabajo.
Cuando la exdueña se vio en la necesidad de generar ingresos, acudió a ella. “No se lo negué, le ofrecí algo digno, y ahora somos buenas amigas, aunque sigo diciéndole doña”. Se ríe mientras dice que espera que esta historia le sirva mucha gente que no cree en que la hoja se vira.