En este atardecer de la vida
RICARDO NIEVES
LIBRE-MENTE
En el canto tercero de su obra monumental, La Divina Comedia, Dante (acompañado de Virgilio) bajo el dintel incandescente de la puerta infernal, contempla la inscripción acusadora, clavada como sentencia apodíctica y brutal: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! …” Seis siglos después, la prosa penetrante y hermosa de Albert Camus, a manera de paráfrasis, dejó gotear en El Mito de Sísifo que “el castigo más terrible es el trabajo inútil y sin esperanza”.
Ambos genios examinaron la finitud y el misterio de la existencia. Camus, solícito indagador, elabora la intermitencia de cada pregunta con franqueza profunda, sentido crítico y severa honestidad.
Escoge a Sísifo, atribulado personaje de la mitología griega, astuto y audaz, quien, con ardides y trampas retóricas pudo engañar dos veces a la muerte (Tánatos). Pero una vez descubierto y sentenciado por los dioses del Olimpo, fue llevado al inframundo donde recibiría el peor de los castigos, convirtiendo su vida en una eterna y penitente jornada. En el valle lúgubre y desolado, sin remedio, viviría ciego, conminado a levantar y empujar una pesada roca que llevaría montaña arriba y que, antes de alcanzar la cima, volvía a precipitarse imparablemente al suelo. Reanudaría una y otra vez su acometida fastidiosa, hasta el cansancio. Sumido en aquel infortunio, exhausto y jadeante, la eternidad se desplegaba ante él que apenas sospechaba la oscuridad de la noche y los límites inexactos del valle proverbial. El constante ascenso y descenso, seguido por el destino inexorable de la caída, le ocasionaba castigo físico y cansancio espiritual en el ciclo perpetuo de esperanza y desesperación.
Fino explorador de la condición humana, Camus encuentra en Sísifo la personificación del ostracismo propio, el exilio interior del ser humano que, asediado por la búsqueda de un significado del mundo, de la vida y de la historia, claudica irremisiblemente debido a la fatiga que provoca la redundancia monótona, la rutina insalvable. Donde todo objetivo y sustento ideal, inteligible o totalitario de fe, ha caído.
Lejos de cualquier determinismo y certeza metafísica, queda a expensas de la espera incierta y el abismo inabarcable. Su mundo, carente de propósitos y significados preestablecidos, se revela con sentimiento de absurdidad: “el absurdo surge de la constatación que representa el llamamiento desesperado del ser humano y el silencio irremediable como respuesta irracional del mundo”.
Si bien somos seres racionales y pensantes, flotamos entre imágenes y azares de un mundo paradojal, en el paisaje remoto de nuestro destino personal y en la vastísima desolación del espejo universal. Imperturbable, el desespero es la inequívoca sensación de lo absurdo. Sea cual sea la visión (filosófica, religiosa o trascendente) del mundo, no obliga al universo con nosotros; no somos relevantes delante del significado de su ciego acaecer y desmesurada indiferencia.
En el mundo de Sísifo, lo absurdo no libera, ata. Cada subida y bajada de la piedra obstinada da equivalencia a la invariabilidad de sus actos repetitivos, groseros e intratables. Aunque Sísifo tiene, en medio del agobiante trajín, un pequeñísimo instante de sosiego, ligeramente dulce y liberador, desde la hora en que, abrumado por la caída, levanta y vuelve a emprender, la faena devendrá interminable. Tal vez sueñe, y hasta disfrute, ese mísero reposo del espacio cerrado de su destino circular y empecinado. Nuestra necesidad de significado cae rota ante la marcha indiferente del mundo. Aquí, el absurdo no es autónomo en sí, sino que se presenta en medio del abismo que nos separa de él. Porque “buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea”.
Entonces, ¿sopesar la posibilidad del suicidio? Ni mucho menos. Para Camus el suicidio no es opción; sería rendirse por el absurdo que, en cualquier caso, anularía toda rebelión frente a lo injusto y cerraría la única puerta legitimante de reconocimiento a la dignidad. Nuestra tragedia ordena cambiar la esperanza por la sapiencia y disfrutar los bienes de la vida, pues, por sus pasiones como por su tormento, Sísifo es el héroe absurdo de cada biografía arrojada a levantar la roca en la montaña insuperable y rencorosa de la existencia.
¿Y la religión? Ha considerado estéril el debate, en vista de que dispone y clausura las interrogantes con una posición de suyo inexpugnable: Dios está a cargo de todo.
Camus defiende la libertad, la justicia y la justa rebelión. Rechaza el dogmatismo tanto del cristianismo como del marxismo, y aunque no aceptaba para sí mismo al primero (refuta la institución eclesial como juicio moral), le reconoce un intento válido por significar al mundo. Convencido de que “el hombre no puede vivir sin valores, porque el hecho de vivir afirma el valor de que la vida vale la pena de ser vivida o puede hacerse digna de ser vivida.”
Irvin Yalom, psicoterapeuta de Standford, existencialista, entiende también lo aconsejable que es abandonar la pregunta por el sentido de la vida, pues, la falta de significado es parte de la condición humana, y estamos mejor no enfrentándola: la ausencia perpleja de significado es consustancial a la existencia misma. De hecho, para Yalom, “cada persona debe elegir cuanta verdad puede aceptar”. “La angustia por la muerte es la madre de todas las religiones que, de uno u otro modo, intentan atemperar la angustia de nuestra finitud.”
En Sísifo, la nada implica ser dichoso. Pese a lo sofocante de su ominosa carga y el regreso perenne de la pesadez, al pie de la montaña, puede juzgar que incluso algo está bien…Un destino imaginado por él, bajo la mirada de su memoria y, en poco tiempo, sellado por su muerte, mientras la roca sigue rodando…
A paso lento pero firme, emprendo la marcha silenciosa de la vejez. Indemnizado, más por la experiencia que por la sabiduría de mi creciente longevidad. Entre alegrías y presagios, admitiré que no hay mejor momento para replantearme la pregunta por la vida y el sentido existencial. Ahora con humilde sensatez, labrada prudencia y desenfadada serenidad. Como un náufrago sobreviviente, todavía desafiado, en medio del océano de la filosofía y la literatura. En este atardecer de la existencia, pienso y me atengo a las palabras Camus, en razón de que, no obstante, la roca, la montaña y la caída, la vida siempre puede hacerse digna de ser vivida…